Tuesday, November 25, 2008

My youth days

text coming soon...

Mi niniez / My Childhood Days / Meine Kindheit

Español- English version please see bottom- Deutsche version bitte sehe nach unten. )( )( )( )( )( Las muchas horas libres en mi posición como vendedor de apartamentos aquí en medio de la crisis que se originó en Espania, a partir de 2006, me dieron la oportunidad de pensar y recordar, y luego crear este blog. . )( )( )( )(


Los recuerdos:

Comienzo con mi infancia, y diré que los recuerdos son … la tranquilidad, la seguridad que te daba aquella época, en la que podías caminar sin peligros, y disfrutar tus días sin esa tensión que te produce el Buenos Aires de hoy.

Historia de "la casona" .

Nuestro paraíso existió en la calle Washington al 3984, del barrio de Luis María Saavedra, en lo que era la “Capital Federal”, (luego ciudad autónoma de Buenos Aires).


Pues bien, disfruté de esos jardines de la hermosa y gran casona de un
cuarto de manzana, en la que tuve la suerte de vivir. Esa casona perteneció a los padrastros de mi madre, (Cnel Juan Esteban Jorge y su esposa Maria Ana Zenekowic), construída en 1875, en un predio de una manzana entera, con el frente hacia la calle Washington casi esquina con Paroissien en el barrio de Luis María Saavedra. La manzana original de esa casona estaba rodeada por las calles Washington, Paroissien, Av. Forest, y García del Río.

Cuando hablo de mi infancia y la de mi hermana, ya estábamos en el anio 1950 así es que ese caserón ya se estaba poniendo viejo con 75 años en su haber. Había sido comprado en 1905 por Juan Jorge y su esposa Ana Zenekovic. Juan E. Jorge fue funcionario de la Aduana de la ciudad de Rosario, y Maria Ana había llegado a Buenos Aires desde Europa, pues era de origen Austríaco, aunque su apellido me dice que sus padres o abuelos serían de Yugoeslavia.

Este matrimonio fue el que adoptó a mi madre, (de la que muchos anios después averiguaríamos que era hija extramatrimonial de Matilde De Rosa), y por consecuencia mi madre legó esa propiedad, aunque tuvo que luchar a último momento de la vida de Ana (Jorge murió en 1929), para que ella no legara todo a la iglesia. Ese cuarto de manzana, con el caserón de unos 250 metros cuadrados fue nuestro hogar de la niñez, aunque una parte estaba alquilada a un matrimonio alemán, los Puetz, (que trabajó en la General Motors). y una casita al fondo también a otro matrimonio alemán, de apellido Fisher. Este último era un tallador de primera.

Así fue que entre sus paredes y jardines mi hermana y yo disfrutábamos nuestras correrías con el triciclo, en los primeros años, y luego en la misma bici, pues tenía un parque de unos 40 metros de largo por 30 de ancho, dividido en 4 grandes islas verdes separadas por medio de anchos senderos, y cada una con un árbol en el centro.


Cada árbol estaba rodeado de plantas y flores intercaladas, hasta llegar, a sus bordes, que terminaban en un cordón de pastos altos, delineando así perfectamente el sendero, que tenía un ancho de casi dos metros.

Los árboles nos servían para treparnos, y cada isla o sector tenía una función para

nosotros los chicos, así es que en el centro geográfico del parque había un gran árbol, muy añoso, que en verano se ponía peligroso porque se llenaba de gatas peludas, en forma de colonias, que había que quemarlas, trabajo que realizaba mi padre con una antorcha empapada en kerosene.

Ese árbol justamente era el que usábamos de cárcel cuando jugábamos al sheriff, o de torre de vigía, según el juego, o de simple escondite cuando se nos daba por jugar a las escondidas. Si no recuerdo mal, era un ligustro de hoja grande, de manera que tenía hojas perennes, y era frondoso, cubriendo bien todo ese centro, y como tenía una altura de unos 4 o 5 cinco metros, llegar a una parte alta de la copa era toda una hazaña, además del ejercicio y la diversión, que después nos hacía consumir el famoso Toddy (cacao), en cantidades.


No podría dejar de recordar un níspero, inmenso ya, a cuya sombra almorzábamos en verano donde me tocó enterarme a través de la lectura de una carta de Alemania,
sobre la muerte de mi abuelo, Erhard Gingele I, (vivía en München), en el año 1956.

Luego, haciéndole compañía al níspero, había una higuera, y ya más distante, en otro sector, lo que a mí se me ocurría que era la parte más 'selvática', más boscosa, había un limonero ocupando el centro de esa isla verde, acompañado también por plantas, a veces comunes, como ligustros de hojas grandes, o también algunas matas bajas, entremezcladas con pequeños parches de flores como las calas, o margaritas, y que sé yo cuántas más variedades habría, hasta con hierbas (yuyos)!, ja ja.. y en el fondo, como telón, un cañaveral que impedía ver al vecino..

A medida que voy caminando mentalmente por todo este pasado, me aparece la figura del jardinero, un viejito francés, de ojos celestes, que le daba a sus tragos tanto como a su trabajos en la tierra.. Los cajones de sifones y algunas botellas de cerveza que había en el 'galpón', que fue el último reducto que quedó de lo que había sido una granja-casa-quinta-granja desde 1875, en pleno barrio de Saavedra, era ahora el escondite favorito para nosotros, además del hogar de las arañas, y el bar preferido de este hombre, pues de allí tomaba alguna que otra botella para alimentar su gusto por el alcohol.

El galpón era también un escondite más para mi, aunque el lugar de nuestros fantasmas a la noche o sea que ni se me ocurría arrimarme por allí al caer el sol. Qué apellido tendría este hombre que siempre estaba vestido con camisa celeste y saco oscuro? Quién sabe, ya se murieron todos los que me podrían develar ese misterio.


Su trabajo consistía en estar arrodillado muchas veces, sobre una arpillera, hoz en mano, dándole a los yuyos, (hierbas), pero congraciándose con sus gotas de sudor, porque sabía que cada una de ellas sería compensada por un trago de cerveza, más tarde afanada (robada) y natural, del cajón que siempre había en ese galpón.


En esos años, recién llegó la heladera Siam Westinghouse en 1952, y la barra de hielo que dejaba el repartidor todos los días, dejó de ser una historia cootidiana que nosotros, como ninios, interrumpíamos nuestro juego para observar como el "hielero" la dejaba en la puerta de la casona, o a veces, cuando se pedían dos, las entraba hasta el umbral del pasillo o corredor.

Volviendo al jardinero, yo pasaba con mi triciclo, y lo miraba, y el me miraba, y me hablaba, pero decía palabras que yo no entendía, y para colmo, siempre tenía un puro en la boca, de manera que tardé años en enterarme que 'don Luis' era un francés, que no hablaba ni pepa de castellano, un pobre diablo, por eso ahora comprendo por qué nunca nos entendimos.

Sigo el recorrido del jardín, y ahora me aparecen sus bordes, aquellos penachos de pastos altos, de hojas largas y color verde oscuro, que bordeaban y delineaban así perfectamente
los cuatro islotes, en los que algunas pascuas nuestros viejos nos escondían los huevitos y nosotros nos afanábamos buscándolos.

También recuerdo que una vez, para reyes, apareció en el centro geográfico de aquel
paraíso terrenal de mi niñez, una hermosa hamaca (o columpio doble) de color naranja. Allí justito donde estaba el árbol 'gigante', el de las ramas altas y frondosas, el de la gatas peludas, que lo hacíamos jugar como fuerte, la cárcel, el escondite, o todo lo que se nos ocurriera que fuese, y donde dimos rienda suelta a nuestras energías, las mismas que gastaríamos a partir de ese día para hamacarnos (o columpiarnos)
con nuestros amiguitos, hasta lo más alto que daba su vaivén.

En la parte más interior del parque, paralelo a la calle, pero alejado unos 20 metros del cerco de la calle,
había un limonero y una glorieta, que por supuesto se cubría de la típica flor lila en primavera, la glicina, y también había alguna rosa china, que no recuerdo dónde estaba exactamente pero la reconocí toda mi vida como una flor más de mis años en que corría por los jardines jugando a los cow-boys (con mi padre), o también me sentaba a leer la revista Billiken en el banco de jardín con toldito que teníamos a unos diez metros de la puerta de calle, al que se llegaba por una veredita angosta, como dividiendo un poco la casa y el parque. (la veredita se puede apreciar en la foto más abajo donde estoy con mi hermana Maria Ana)

Esa veredita luego continuaba hasta el fondo, donde se dividía en tres opciones, la primera hacia la derecha daba a la entrada secundaria de la casona, con acceso al patio interior cubierto. La veredita izquierda, te llevaba hacia la casa de los caseros, que en algún momento debió ser nuestro verdadero hogar, pero que por esas cosas de la vida, la ocupaban unos inquilinos difíciles de echar.

En esos anios estaba alquilada a un vecino alemán, y la tercera línea de baldosas, haciendo una diagonal hacia izquierda te llevaba hacia el galpón donde además del tesoro del jardinero estaban todas las herramientas de la casa y del jardín..

Y cómo no voy a acordarme de las
hortensias, que estaban siempre a un costado de los muros de 30 centímetros de espesor de aquella casona inmensa que más parecía un fuerte que una simple casa.

Allí, detrás de esas paredes, en pleno centro de la casona estaba el patio de unos diez metros de lado, cubierto con una hermosa claraboya al centro, con cristales pintados, o lo que se llamaba vitreaux. Allí fue donde pasábamos nuestras horas de juego los días de lluvia, jugando al 'colectivo' poniendo una hilera de sillas del comedor, o al almacenero, con el juego que nos había fabricado nuestro padre, con bolsitas cosidas llenas de arena, simulando las sacas de comestibles de esa época, que pesábamos en una balancita que teníamos.


A todo esto corrían los años 1952 al 55, y estaban apareciendo los primeros televisores, de manera que aquellos que aún no lo teníamos, cuando hacía mucho frío y no nos dejaban salir a jugar, o más bien "potrear" por el jardín, nos arreglábamos con otros juegos como el Ludo, o el Bucanero, o mi hermana le cortaba el cabello a sus muñecas, pues tenía una negra, y una de cerámica que decía 'ma' o por lo menos eso intentaba, y yo jugaba con un trencito de latón, a cuerda, o con mi zoológico que me habían traído los reyes.

Cierro esta inspiración con un recuerdo más hacia los
geranios y malbones, otras de las flores que no tenían perfume pero que abundaban, y también un viejo nogal, que estaba en otro rincón de la casona, al que se llegaba dando la vuelta por todo el exterior de la casa, en dirección opuesta al parque principal, saludando a los altos copos de hortensias, y a la estrella federal, flor hermosa, cuyo color reconocí otra vez en Texas.

Creo que el momento culminante de esa casona y de sus jardines, lo vivimos en una gran fiesta que tuvo mi hermana Mariana para su comunión, en 1957. Recuerdo que en el centro del parque un padrino mío, Osvaldo Marinoni, instaló su proyector de 8mm y colgó un lienzo entre dos ramas, donde pasaron películas del gordo y el flaco y Chaplin, las que estaban de moda en esos años.

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Los apellidos de amigos como Landoni, Scopazzo, Marinoni, y vecinos como los Etelvina Fernandez, José Miguel Kairuz, y el único familiar cercano a mi padre, su primos Máximo y Alfred Haug y su mamá, fueron los que quedaron en nuestras memorias.

Luego, el tiempo feliz de nuestra infancia llegaría a su fín, sin darnos cuenta, cuando en septiemb re de 1959 al morir la madrastra de mi madre, la "mama grande" cmo la llamábamos, la casona se vendió, por casi 1000 fragatas, (un millón de pesos moneda nacional), y esos famosos billetes de 1000, que mis padres trajeron una noche en un portafolio desde Devoto, donde estaba la oficina del rematador, significaron algo... mucho dinero.

Los que llegaron derribaron el parque y construyeron una fábrica en el predio, así que adiós a nuestro paraíso.

Esta foto está tomada en verano de 1952, cuando yo tenía 6 años y Mariana tenía ya 3 recién cumplidos. Estamos parados justamente al borde de la veredita que corría desde la entrada hasta el fondo. A nuestras espaldas está el ligustro de hoja grande, que formaba el cerco, y nos separaba de la calle Washington. A nuestra derecha y atrás, a solo 5 metros estaba la puerta de entrada, alta, de hierro forjado, pintada en verde claro.


My childhood.

Much free time at the developer's office, as a salesman, during the long financial crisis that started in 2007 here in Spain, gave me the opportunity to think, remember and afterwards, create this blog.

Remembrances .

Let me begin with my childhood. I will tell you that my remembrances are those of the tranquility and safeness of those years, when we could move freely and walk outside the house, or even in the neighbourhood, without the stress that Buenos Aires produces in every inhabitant today.

History of "la casona". (big house).

Our paradise existed at Washington 3984 street, in the neighbourhood of Luis María Saavedra, well into the Capital city of Buenos Aires (later called ciudad autónoma de Buenos Aires).


Well, I enjoyed those gardens of the big old house in which I was very lucky to live in for my first 14 years of my life. The plot was a quarter of a whole block, It means about half Acre.
.This old house belonged to the my mother step parents (colonel Juan Esteban Jorge and is wife Maria Ana Zenekovic), built in 1875, with its main entrance through Washington street, and a second one which was located exactly at the corner of Washington with Paroissien street. García del río street and Av. Forest completed the four streets which sorrounded the block.