Monday, July 5, 2010

Autobiografía.

Soy Rudi Gingele, la segunda generación de Argentina, y uno de los dos hijos de la familia. El origen de nuestro apellido fue Dirlewang, un pueblito al suroeste de Alemania, cercano a la ciudad de Munich (München) , en la zona de Baviera (Bayern), en el sur de Alemania.

Otras generaciones del mismo apellido se desplazaron desde Alemania a otros países, así es que yo soy la rama sudamericana, la que creó mi padre al irse de su país en 1924, e instalarse en Buenos Aires, arribando al Rio de la Plata el 28 de abril de ese anio, a bordo del buque "Wesser", que traía aproximadamente unos 1000 inmigrantes. (hay foto).

Mi padre, Erhard Gingele, me contaba que los datos comprobables de nuestros orígenes llegaban hasta 1750, en la zona de Unterkambach. Al llegar a Buenos Aires fue recibido por su tío materno, de apellido Haug. Desde el comienzo trabajó como tapicero. En el verano de 1941 conoció a mi madre, Elsa De Rosa, y pocos meses después, el 25 de junio de 1941 se casaron.

Yo nací en 1945, en los últimos días de la segunda guerra, precisamente el día en que mataron a Mussolini, el 28 de abril, y coincidentemente el día en que mi padre había arribado al país, aunque en 1924. Tremendos días para la humanidad, hacia finales de la guerra mundial en la que murieron 40 millones de personas. Gran día para mí que vi la luz del día si se me permite la humorada.

Mi infancia.
Mientras Europa sufría la guerra, allá en Buenos Aires, todo era tranquilidad y paz, y la única movida política fuerte fue la del Coronel Perón cuando fue rescatado por la clase trabajadora de su prisión en la isla Martín García, en lo que se llamó "el día de la solidaridad", el 17 de octubre de 1945. Así es que en mi hogar, en la calle García del Río y la esquina de la calle Washington, en el barrio de Luis María Saavedra, Capital Federal de Argentina, fue donde mis padres alquilaban una casita. Mamá se dedicaba a la peluquería de damas, y papá era tapicero de autos. Ellos solo tenían sendas bicicletas.

Tengo recuerdos fragmentados de esa edad. Por ejemplo, la casita tenía un caminito de entrada a la casa, que comenzaba en la verja de entrada, justo en la ochava de la esquina, y que tenía un pequenio jardín a ambos lados. También recuerdo a mi padre llegar una noche, con su bicicleta y quitarse su gorra de cuero, y el estaba abrigado con una chaqueta oscura de cuero. Un caballito de madera también forma parte de esas memorias tempranas.

Memoria de un día especial
Sin embargo, que buena memoria tenemos a veces!. Yo puedo decir qué hice el 26 de enero de 1949!. Sí, así es, pues ese día me llevaron en un auto negro (taxi, cuyo duenio era un vecino de apellido Buttiglieri), hasta la casa de una partera en el barrio de Nunez, para ver a mi hermanita Maria Ana, recién nacida!. Recuerdo al entrar con mi abuelastra que me llevaba del brazo, y al ver a mi madre, abordándola por el costado izquierdo de la cama, ella senialó a la beba, a su lado, diciéndome un poco sonriente "es tu hermanita, la llevamos a casa?".

En esos anios, al mismo tiempo que mi hermana y yo crecíamos, mi madre tenía que cuidar a su madrastra, que ocupaba una gran mansión a solo 100 metros de nuestra casita, sobre la misma calle Washington (3984), pero con la esquina de Paroissien. La "casona", como la llamábamos, tenía un gran jardín, como de 50 metros de frente por unos 30 de fondo.

La primeras mudanzas
A la casona íbamos frecuentemente, y en algún momento nos instalamos definitivamente, ya con mi hermanita, aunque sin abandonar un departamento por el que mis padres habían cambiado su primitiva casita. Este departamento estaba ubicado sobre la calle Paroissien 3766 a escasos 40 metros de la casona. Anios después me enteré que había un conflicto con la duenia de los departamentos, así que mi padre debía hacer "acto de presencia o de ocupación" para no perderlo, por lo que dormía muchas noches allí, mientras que mi madre debía ocuparse de su madrastra que había sufrido un ataque de hemiplegia en el anio 1952 y debía hacerle una companía casi contínua. Fue una mala época para mis padres como pareja.

Mi aventura por lo tanto era que de vez en cuando iba a dormir al departamento con mi padre, cosa que me encantaba porque el tenía siempre algún cuento para hacerme dormir, (cuando no se quedaba dormido contándolo), y de todas maneras, no hacía más que repetir alguna escena de Laurel & Hardy, actores cómicos de cine, que hacían reir con sus torpezas. Si no era eso, me dejaba juguetear con un revolver verdadero, descargado, que habíamos legado del padrastro de mi madre.

El arma era de origen suizo, reconocible por la cruz en la cacha, a tambor, de 6 tiros, pero como en esa época estaban de moda las películas de cow-boys, mi imaginación y fantasía no tenían límites y tener ese arma en la mano, y abrir y cerrar el tambor, o tirar del gatillo, aunque duro de mover, era ya una cuestión de rutina y aventura para mi. Otro premio que yo tenía con el, era un juego de Meccano, con el que armé un ventilador para abanicarme las noches de verano, dándole a la manivela tan fuerte como podía, y ver el éxito de mi invento, cuando las aspitas movían un poco de aire.

A medida que íbamos creciendo, el jardín de la casona de Washington fue el escenario de nuestro paraíso, así que he dedicado un "blog" a este tema en especial, (Recuerdos de mi infancia), en el que detallo todo lo que me permite revivir mi memoria.

Kindergarten
Ya en la época preescolar, en 1950, me tocó ir al Kindergarten, en una escuela alemana en la calle Monroe, en el barrio de Belgrano. Recuerdo que me pasaba a buscar un viejo omnibus pequenio. Los días de frío sentía esa sensación chocante al tocar el pasamanos de hierro helado. Yo era uno de los primeros que el omnibus recogía, pues estaba casi vacío al subir. Mi abuelastra, a quien llamábamos "la mama", me enseniaba las primeras letras, y por supuesto, algo de alemán. Una fiesta de fin de anio se hizo en el anexo, que estaba sobre la avenida Monroe, (luego transformada en una escuela secundaria), y me vienen imágenes de la "Kermesse" que se organizó, con sus puestos, pero ningún detalle en especial.

La escuela primaria
En 1951 comencé la escuela primaria en esa escuela llamada "General Belgrano", en la calle Blanco Encalada, a una calle de Av. del Tejar. Tengo especial recuerdo de la formación de los escolares todas las manianas, en la que las maestras entregaban los cuadernos con las tareas corregidas. Me cansaba de escuchar "mate", o "caste", en alusión a tareas de matemática o castellano, pero para mí era chino básico, pues no sabía que significaba todo eso.

En cambio puedo recordar claramente a mi madre en la cocina de casa, cuando ella, entre medio de sus tareas, se arrimaba a la mesa y a mi cuaderno para ver cómo hacía yo mis primeras letras, y ella me corregía o con su mano guiaba la mía, y yo sentía el olor de ese producto de limpieza que llevaba impregnado (lavandina), y luego las letras iban saliendo mejor.

En 1953 me cambiaron de escuela, y me mandaron a una más cercana a casa; el colegio Santa Clara de Asis, a la que podía ir caminando ya que eran solo unas 10 calles desde mi casa. Generalmente me acompaniaba un muchacho mayor, del barrio. Aún recuerdo su nombre: "Pili". Pasábamos todos los días frente a un jardín del que sobresalía la cabezota de un bull-dog, que me según me contaban era de ese tipo de perros que te dejaban entrar a la casa pero no te dejaban salir!

Otra historia de esa época, en nuestro diario ir y venir de la escuela, fue un edificio que había en la esquina de Av del Tejar y Nunez, uno de los primeros de varias plantas en el barrio, en el que nos encantaba entrar y apretar el botón del ascensor para ver cómo se movía este. No sé qué le encontrábamos de diversión a eso, pero mi companiero "Angelito" (más tarde se hizo policía), y yo recibimos un bofetón dado por la espalda, por parte de alguien del edificio, así que nunca más entramos!. Aprendí que el asecensor no era para jugar.

En 1954, me cambiaron nuevamente de escuela, y así fue que me tocó viajar. Tomaba el omnibus de la línea 154, largo como un tranvía, y de color plateado, con chofer a quien acompaniaba el guarda que vendía los boletos, pues esos ómnibuses eran de la "corporación de transporte", de administración municipal, y que me llevaba hasta el barrio de Belgrano. Me bajaba en la esquina de Juramento y Cabildo y luego caminaba solo dos calles, cruzando la plaza y la iglesia "la redonda", hasta la escuela "Casto Munita". Qué recuerdos!.

Sobre la avenida Cabildo corrían varias líneas de tranvías, y según recuerdo a veces me parecía que jugaban carrera contra los omnibuses, y eso tenía un encanto según donde fuera uno pasajero. Los tranvías tenían tramos rectos en los que corrían bastante y andaban serenamente, o eso me parecía, y en cambio en algunos otros sectores se notaban las divisiones de cada riel, que producían un "ta tan - ta tan", al paso de los mismos. Yo observaba el trabajo del motorman cuando bajaba la ventanilla a su frente, y con una varilla larga de hierro movía el cambio de vía.
Luego, antes de arrancar, tocaba un par de veces un pedal que hacía sonar un "tin-tin!" corto pero sonoro, para advertir a los pasajeros que arrancaba. El trabajo adicional del guarda, además de expender los boletos desde su maquinita colgada a la cintura, era enganchar el "trole" (trolley) cuando este se desenganchaba en alguna curva y al tranvía se le apagaban las luces mientras se detenía por falta de corriente.

La transición de la radio a la TV
A pesar de que hacía dos anios que había empezado la televisión, en mi casa aún no la teníamos, así es que una de mis corridas preferidas era llegarme hasta la casa de mi amigo José Miguel Kairuz, que quedaba a la vuelta de la esquina, sobre la calle Washington, quien tenía la suerte, o mejor dicho, el poder que da el dinero de tener un aparato. Yo llegaba solo hasta la puerta del living de su casa ya que este chico era de familia numerosa y todos sus hermanos sentados allí no dejaban prácticamente un lugar libre para más invitados.

De esa época eran las series primitivas de la TV, como "Patrulla de caminos", con el actor Broderick Crawford, y "Lassie", el perro ovejero, Qué entusiasmo, qué magia provocaban esas escenas que solo eran en blanco y negro, pero claro, para la época, era lo más avanzado, simplemente era "la televisión". Cada anio que pasaba, desde mi terraza contaba los techos de las casas que tenían antenas. En 1952 fueron solo 4, y en el anio 1961, cuando por fin compramos nuestro primer televisor, había 12 en toda la manzana.

Pero por suerte además de la televisión, aún escasa para mí y mi hermanita, yo encontraba un placebo en la lectura de libros, los mismos que originaban las series de la radio y TV, como "Tarzan" y "Lassie", pero también había otros tan apasionantes y entretenidos como "Robinson Crusoe", o "20.000 leguas de viaje submarino", o, "El viaje a la luna", del famoso escritor Jules Verne. Además y como complemento del imaginario podía escuchar en "Radio Splendid", radio-novelas como "Tarzán", "Hacha Brava", o "Sandokan", por lo que de alguna manera me vino el conocimiento de las "cerbatanas", aquellas que utilizaban los indios para arrojar dardos para cazar.

Mala idea, gran paliza
Como en gran parque de la casona donde yo vivía había un caniaveral, se me ocurrió cortar una cania y de ella a su vez corté varios canutos a la altura de cada nudo, los que luego llevé a la escuela. Las repartí entre mis companieros, y en los recreos nos dedicamos a "soplar con fuerza" con estas cerbatanas, y arrojarles unas pequenias bolillitas de los árboles a otros chicos, hasta que en un descuido, una de esas bolillas dio en la cara a otro. No pasó nada grave, ni tampoco el chico resultó lastimado, pero...

Luego de la queja de este ante la maestra que cuidaba el patio durante el recreo, dieron conmigo y me llevaron a la dirección. Desde allí llamaron por teléfono a mi madre (recuerdo el número de la casona: 70-8938, y por supuesto ese día fue el peor de mi vida, porque no solo sentí la verguenza de que mi madre tuviera que ir a buscarme a la escuela, sino también el dolor físico por la posterior paliza que ligué, a pesar de la negociación que hizo una vecina amiga para salvarme del cinturón.

Etelvina Fernandez, espaniola muy querida por nosotros, vecina y casi como una segunda madre para mí, pues me había cuidado en muchas oportunidades de pequenio, habló con mi madre para apaciguar los ánimos, pero, si algún defecto tenía mi vieja era justamente ser muy "temperamental" diría hoy en un tono comprensivo. Nada hizo que luego de que la gallega se fuera, mi madre tomara el cinto y me corriera por todo alrededor de la gran mesa del comedor, hasta que ligué unos cuantos correazos.

En fin, aquello pasó, y luego recuerdo el sexto grado, la clase de música, en la que nos hacían cantar la marcha de "los muchachos peronistas", sobre la cual, mi madre me había ordenado que solo moviera los labios, pero sin cantarla como una especie de lucha silenciosa contra la arrogancia y las imposiciones demagógicas del famoso Juan Perón, cuya esposa Evita, había fallecido dos anios antes, en 1952.

El anio 1955 merece también un párrafo especial, ya que fue el anio en el que el gobierno del General Perón sufrió una revolución que terminó por derrocarlo, y el terminó por irse del país. Lo importante para mí era que no tuvimos clases, y que todo el mundo se quedó en sus casas.

Cuando terminó todo ese capítulo triste de la historia del país, y triunfó la revolución llamada "Libertadora", comandada por los insurrectos bajo el General Lonardi, mi madre me llevó a la Plaza de Mayo, para participar de los festejos por la caída del General. A mi me tocó estar en la avenida Leandro Alem, a pocas calles de la casa de gobierno, presenciando una pasada de tanques y camiones, desde los que los soldados arrojaban municiones al público. Yo tenía 10 anios y había escuchado en radio un episodio en el que se relataba cómo cadetes del Colegio Militar, con solo 13 anios habían participado del movimiento revolucionario.

Al anio siguiente, ya cursando el sexto y último grado de la escuela primaria, recuerdo a mi profesor de dibujo, mi cambio en la escritura inclinando la letra hacia la derecha, y a mi última maestra, aunque no sus nombres. Quedaba atrás la pasada diaria por la plaza de Belgrano", la compra de cubanitos con dulce de leche a la salida, por solo 20 centavos, los delantales blancos que llevábamos, la mirada inocentemente enamoradiza hacia una companierita de viaje, y las náuseas que a veces ya sentía en el ómnibus de regreso a casa al mediodía, por el "ataque de hambre". Y así fue como se acabó la "escuela primaria", con solo un par de nombre como recuerdo: José Luis Perez, y otro de apellido Castells.

La adolescencia
En 1957 comencé la escuela secundaria. Luego de una pasada previa por una maestra particular para que me preparara, di el examen de ingreso. El puntaje que obtuve fue pasable aunque no brillante. Primero fui al colegio estatal Nacional "Julio Roca", en Belgrano, pero eso fue solo un "paseo de tres meses". Mi primer encuentro fuerte fue con historia, de la que recuerdo haber escuchado nombres de civilizaciones antiguas como los Fenicios, que no me causaban nada más que eso, el saber nombres, pero no entender la importancia que significaban 3000 anio AC.

Mi madre no estaba contenta con mis relatos de mis experiencias nuevas, de manera que no sé si fue por eso o porque ya tenía algún plan secreto, la cuestión fue que de repente un día me dijo que teníamos que ir a ver a un sacerdote, de apellido Guerra, quien era el rector del colegio Don Bosco, en el centro. A mis doce anios no podía entender lo que pasaba, y lo único notable que recuerdo fue que al comenzar las clases, mi madre me compró los pantalones largos, que me hicieron sentir más grande de lo que yo me creía, me parece, así es que me encontré de repente vistiendo de forma distinta, y también llevando una copia de la llave de la casa, en lo que parecía un "complemento de necesidad" de esta nueva etapa.

Así fue como después del primer trimestre de clases, y a la vista de mis notas nada buenas, me encontré con que mi madre me cambió al colegio comercial Don Bosco, un colegio privado, en el centro, en el barrio del Congreso. El colegio era de los curas Salesianos, en la calle Solís 252, fue entonces y por cuatro anios mi nuevo centro de estudios y educación. Mal recuerdo tengo de mi primer anio, ya que llevé 4 materias a diciembre, y Castellano a marzo!.

Al ser alumno "medio-pupilo", almorzaba allí mismo, y esto también significaba un descanso o recreo largo de una hora hasta el inicio de clases nuevamente a las dos de la tarde. La misa diaria, las fotos del curso a fin de anio, la senial de la cruz y el rezo al inicio de cada clase, y la campanilla del cura rector, el ya conocido para mí "padre Guerra" a la hora de ordenar silencio en el comedor, son recuerdos básicos de aquella época. Luego, las clases de gimnasia con el profesor Lullo, o las de historia con el cura Oliveri, o de geografía con el cura Stramucchi, son otros nombres importantes.

Un "flash fotográfico" del comedor, que en realidad era el propio salón de actos lleno de mesas, fue que mientras comíamos, el padre Guerra se subía al escenario, y mientras se sentaba, campanilla en mano, un alumno comenzaba a leer un libro, generalmente de aventuas, mientras nos iban trayendo los platos de comida. Toda las precauciones estaban tomadas para que nos mantuviéramos calladitos y comiésemos tranquilamente, pero nada impedía que de vez en cuando alguna miguita de pan volara de una mesa a la otra.

Yo me enfrascaba en la aventura que relataba el que leía el libro, y según surgen de mi memoria, había un párrafo que recuerdo en especial: "el cazador novel cree que ya es un gran cazador, por el hecho de que ha conoce la forma de tomar el arma, de disparar, y de ponerse a contraviento de la presa, pero todo eso queda atrás, cuando se da cuenta que comete algún otro error, y entra en pánico. (Se refería a la caza mayor en Africa). El verdadero cazador, es aquel que ya tiene un tiempo prudencial detrás de sí, y ya no alardea de su experiencia sino que encuentra siempre algo nuevo en cada ocasión. Creo que esto hablaba claro de la aplicación que podíamos encontrar en la actividad de cado uno en la vida que nos tocaría vivir más adelante.

No puedo dejar de recordar algunos nombres, ya que entrado ya en el tercer anio, me vuelven recuerdos de profesores como el sr. Gourville, de inglés, con quien me sacaba dieces siempre por mis conocimiento del idioma ya desde anios atrás cuando mamá me había mandado a una profesora en el barrio. Decía este hombre "si ustedes quieren pronunciar bien el inglés, tienen que hacer de cuenta que son ingleses y que vienen de visita a Argentina, y hablan el castellano con dificultad. Con esto, su paladar y su lengua se moverán de una manera muy especial, favoreciendo una pronunciación más adecuada, más natural. Por ejemplo, digan: "io vengo de inglatera a visitaar arhentina". El problema mayor era la "r" especial... así que la clase se convertía en un intercambio de ineptos alumnos, o inadecuados payasos que más que otra cosa se reían del profe.

Pero... por el otro lado, haciendo honor a las leyes físicas que dicen que "a cada acción le corresponde una reacción" teníamos el profesor de Castellano, un tal Aragües, quien generaba una "reacción" adecuada a sus impulsos cuando un alumno tenía una "acción incorrecta". Este hombre tenía una voz media y clara, además de una dicción perfecta. Cuando hacía pasar a un alumno al pizarrón, le hacía escribir palabras u oraciones, y cuando este cometía un error ortográfico, el "profe" que estaba siempre parado a cierta distancia del alumno, lanzaba el borrador que se estrellaba contra el pizarrón a medio metro de la mano del alumno, por lo que este, entre el ruido y el el susto que se llevaba, aprendía "de golpe" a corregir el error.

Vale la pena que dedique otro párrafo a otro método discutible pero que me ha quedado grabado a fuego. Fue el del cura Foster, profesor de matemática, quien en mi primer anio, al tener que dar mi lección sobre el teorema de Thales y no saberlo, me lo ensenió pero dándome un cachete por cada parte del teorema, no fuerte pero sí sensible ante mí y toda la clase, y además me hizo quedar después del fin de la clase del día para estudiarlo. Lo mismo repitió con otro companiero de apellido Cross. Ambos nos sentábamos en la primera fila... qué fastidio!.

En 1958 se produjo un episodio multitudinario por la muy discutida ley de "ensenianza laica", por la cual todos los colegios privados salieron a contramano del gobierno para solicitar la continuación de la "ensenianza libre". Por supuesto que como yo no tenía la menor idea de lo que significaba algo "laico", y la palabra "libre" me decía visceralmente que eso significaba algo bueno, fui a la Plaza de los Congresos con todos aquellos alumnos que se reunieron por miles, a apoyar a la ensenianza libre y en contra de la laica. No recuerdo detalles más allá del gentío que gritaba. La situación era un poco peligrosa teniendo en cuenta que había posibilidades de que la policía interviniera y nos lanzara agua o gases para echarnos de la plaza. Por suerte no pasó nada.

Mi primer enamoramiento
No sé qué pasa con las hormonas de unos y otros, pero en mi caso, a los 14 anios, cuando estaba en el segundo anio de la secundaria, (1959), le llegó el turno a mi testosterona. Si no me bastó con enamorarme de la hermana de mi amigo, con la que tuve un romance platónico, luego lo hice con la hija de una muchacha que ayudaba en casa a mi madre con las tareas domésticas. La seniora tenía una hija de 12 anios, que ya estaba floreciendo hacia la pubertad, y a la que espié un cierto día desde la ventana alta del banio cuando ella estaba tomando su banio. Fueron sus senos que ví?, no lo sé, pero comencé a sentir una atracción tan fuerte que no podía concentrarme en los libros que tenía que estudiar. Así fue como cierta tarde, mientras estábamos los dos solos en el gran patio de la casona, de seis metros por lado, cubierto con una gran claraboya con vitreaux mientras ella planchaba, y yo hacía que estudiaba, de repente me levanté y me dirigí hacia ella, y en pocas palabras le dije que me gustaba mucho, y que estaba enamorado, así que allí mismo le dí mi primer beso! que ella aceptó.

Esto no quedó allí nomás, así después de varias "ejercitaciones", aprovechando uno de esos días en que mi madre iba a la novena nocturna de la virgen en la parroquia cercana, yo me aproximé a su cama que estaba en el gran salón del comedor, donde habían cenado importantes personajes de la política argentina, (década del 30), y donde yo había conocido los últimos días de mi primer perro llamado Flocki, y mi abuelastra, la famosa "mama", había hecho sonar las teclas de un viejo piano cuando en navidad cantábamos "Stihle Nacht", que me acerqué sigilosamente hasta su cama, y luego de cuchichear algunas palabras, cuando ella me lo consintió me metí en su cama, y todo fue un franeleo infernal, o podríamos llamarlo "frenesí primaveral?"...
Como toda película, nuestro romance tuvo un fin "abrupto", que fue así porque una noche, sin darme cuenta que el tiempo había transcurrido en exceso, de repente se abrió la puerta del comedor, y entró mi madre, al tiempo que encendió la luz y todo quedó al descubierto, por suerte no los cuerpos sino la acción!... qué tragedia!, qué sermón!, hasta mi padre me habló!.


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